La revolución tecnológica que estamos viviendo impactará de manera brutal la actividad económica mundial en todas las industrias. Hoy ya vemos cómo las empresas relacionadas a manufactura, transporte, minería, alimentos, servicios, energía, entre otras, están replanteando su forma de operar para poder dar respuesta a las demandas existentes. El plazo final para los cambios llegará más temprano que tarde, y es necesario estar preparados. Algunos países han tomado la delantera por sobre otros. Pero, finalmente, todos tendremos que incorporarnos a la nueva forma de hacer negocios. Y quien no lo haga, quedará en una posición económica muy disminuida.

Las revoluciones tecnológicas generan un proceso de transformación y, como todo cambio, involucra destrucción y creación. Se destruye aquello que queda obsoleto, puesto que no puede competir con aquello que es nuevo, y tanto las personas, como las empresas y los países deben transitar entre la obsolescencia y lo novedoso, generando un proceso de cambio difícil de gestionar y de alto riesgo de fracaso; pero que de lograrse consigue frutos directos altamente rentables y genera un ecosistema de crecimiento.

Las empresas deben, por tanto, acelerar su transformación incorporando tecnologías a sus procesos productivos y también desarrollando nuevas propuestas de valor materializadas en bienes y servicios asociados a modelos de negocio que reemplacen a los actuales. La buena noticia es que no están solas. En este camino pueden recurrir a las universidades chilenas como fuente de conocimiento, formación de profesionales y desarrollo tecnológico. Por su parte, las Universidades también deben adecuarse en materia administrativa y social para dar respuesta concreta a los requerimientos y desafíos que les planteen las empresas e introducirse en la aventura de la revolución. Algunas, ya lo están haciendo y con fuerza.

En el Programa de Innovación en Manufactura Avanzada (IMA+) nos hemos propuesto poner a disposición nuestras capacidades para dar respuesta a las necesidades concretas de la industria nacional. No se trata de desarrollar tecnologías ideadas en la seguridad de un laboratorio, sino de establecer una comunicación bilateral con las empresas para entender de manera profunda cuáles son sus problemas, necesidades y desafíos; lo que luego permite generar propuestas que apunten a aumentar sus competencias y competitividad, finalizando en una dinámica de co-creación en la que las empresas tienen un rol central en aportar información sobre uso de sus recursos, cuál es la situación actual y cómo debiera ser el diseño de los productos o servicios para que se ajusten a sus expectativas.

Las conversaciones en el Programa IMA+ siguen teniendo la profundidad técnica y científica que caracteriza a las universidades que lo conforman, pero también hablamos de beneficios, modelos de negocios, diferenciación o segmentación. Entendemos que nuestros desarrollos deberán incorporarse al mercado en una dinámica competitiva donde habrá otros productos que intentarán resolver esas mismas necesidades, y la única forma en que generemos impacto será entregando más beneficios a los usuarios finales.

La revolución tecnológica está acá, sucediendo hoy, y las empresas y universidades que colaboren tendrán mayor oportunidad de triunfar, para ello deberán entender a sus partners; lo que buscan, cómo operan, su lenguaje, debilidades y fortalezas. Desde IMA decidimos tomar ese camino y esperamos que muchos más lo hagan.